
Por Néstor Pérez (*)
El paso de los días desde el soberano último pronunciamiento del pueblo argentino, nos permite pensar con otros insumos, y ya sin el arrebato emocional de momento tan crítico. Escuchando en distintos grupos, todos de muy hondo compromiso con el desarrollo de las potencialidades del país – y más con sus penurias nunca resueltas -, me queda muy claro que estamos cursando una perplejidad invalidante, muy confundidos con el momento político actual. Será probablemente por la magnitud del fracaso del discurso inclusivo, progresista, amplio, restitutivo de derechos. Fracaso estrepitoso, por cierto.
Creo en la necesidad de seguir construyendo redes de contención desde las organizaciones sociales, sindicales, clubes de barrio. Como que volver a la capilaridad política es la única opción.
Los inscriptos en el campo popular no tenemos idea por dónde entrarle al litigio que nos ha planteado la ultraderecha que alcanzara el poder político con entera legitimidad. Impostamos certezas cuando lo único seguro es que ya pocos, muy pocos, creen en lo que suena a letanía – “vamos por los ´derechos´ atropellados por este gobierno, bla, bla”–. Hay demasiado individuo roto en su emocionalidad por la persistencia de las experiencias dolorosas de una democracia sin respuestas; ese roto no le cree a la política, se aferra apenas a este mínimo de bienestar que significa que los precios no le estallen en la cara todos los días. Y Milei le dio eso. Ese vivir con alguito de tranquilidad fue despreciado por el kirchnerismo, y aún hoy no la encuentran en el mapa de las demandas. Así de ciegos gestionaron sus chances de salir del olvido en que está cayendo el peronismo, como opción de progreso social.
Sonidos sin solvencia
El entrecomillado de la palabra derechos es justamente por eso, porque suena sin solvencia, sin carnadura en los pobres de toda pobreza: “¡¿Derechos, qué derechos, a cagarme de hambre, a que me caguen a tiros por el celular?!”…A ese sujeto sin laburo regular, sin obra social, sin vacaciones, con estudios precarios, sin otro anclaje social que el vasto universo de los rotos como él, viéndose replicado en el fracaso social de sus padres y aún de sus abuelos, le vamos a hablar de Soberanía, Emancipación, Cipayaje, Autonomìa… palabras que no son claves de búsqueda en Google, sino tradición política de tiempos que no volverán.
Creo en la necesidad de seguir construyendo redes de contención desde las organizaciones sociales, sindicales, clubes de barrio. Como que volver a la capilaridad política es la única opción. Escuchar mucho y decir poco. No bajar discursos que nadie quiere recibir, sino ir a recoger lo que está pensando y sintiendo el tipo que mira a Milei con expectativas; o que mira a la oposición con absoluto rechazo. Porque están ahí, en esa tierra arrasada por el desacierto mayúsculo de los últimos ensayos progresistas, esos “sentidos comunes” de los que hablaba Antonio Gramsci, que siendo traducción popular del sector dominante también es el pensamiento simple de la gente simple. Que puede estar equivocada, pero se conecta desde esa sensibilidad con otros que sufren como él/ella.
Reflexión crítica
Si pretendemos en serio que esta horrible experiencia ultraderechista sea nada más que un intervalo histórico, en el largo devenir de la patria, hay que ir a buscarlos, hablar con ellos, tomar nota de sus vicisitudes, encontrar el punto donde se cruzan sus demandas y la contestación de este nuevo diseño en el mapa político que es LLA. Quienes no haremos nunca una opción que arraigue sus enunciados en la violencia económica-política-institucional y narrativa, debemos seguir buscando conectar, amigarnos con ese otro del que ignoramos casi todo. El pueblo argentino no se volvió fascista, eso retrata mejor a quien lo postula que al destinatario de la admonición. Ese señalamiento elude toda reflexión crítica respecto de qué, desde dónde, quién ofrece algo superador.

En este tiempo tan deshabitado como desafiante, lo único que no podemos hacer es rendirnos. Todo lo demás nos está permitido. Hasta volver a fracasar luego de haberlo intentado.
Cierro esta columna como abrí otra que llamé, en un destemplado y pendenciero año 13, “El otro, el enemigo”.
Adriano, que contempla la naturaleza humana, decide darle una chance a lo que hoy llamaríamos diversidad social, sin ceder por ello su condición de mando. El otro como fuente y como propósito.
“No desprecio a los hombres. Si así fuera, no tendría ningún derecho, ninguna razón para tratar de gobernarlos. Los sé vanos, ignorantes, ávidos, inquietos, capaces de cualquier cosa para triunfar, para hacerse valer, incluso ante sus propios ojos, o simplemente para evitar sufrir. Lo sé: soy como ellos, al menos por momentos o hubiera podido serlo. Entre el prójimo y yo, las diferencias que percibo son demasiado desdeñables como para que cuenten en la suma final… los hombres más opacos emiten algún resplandor: este asesino toca bien la flauta, ese marino que desgarra la espalda de los esclavos es quizá un buen hijo. Ese idiota compartiría con nosotros su mendrugo. Y pocos hay que no puedan enseñarnos alguna cosa…”
(*) Periodista y escritor.







