
Por Alejandra Juárez (*)

Hoy, al recibir la noticia del fallecimiento de Jane Goodall, sentí una conmoción profunda y se agolparon en mi memoria innumerables recuerdos hermosos que siempre llevaré conmigo en el corazón. Fue un honor inmenso haberla conocido, y su presencia en nuestra reserva, en 2009, fue una de esas experiencias que marcan la vida de una manera imborrable. Jane no era solo una pionera en la investigación sobre los chimpancés, sino una persona cuyo ser irradiaba una luz única, algo que jamás había experimentado en otra persona. Su visión, su acción, y su sencillez la convierten en alguien verdaderamente excepcional y trascendente.
“Recuerdo claramente el día en que la recibimos en el aeropuerto Ambrosio Taravella, de la ciudad de Córdoba. En ese momento, no era tan conocida en nuestro país, pero su nombre ya comenzaba a resonar entre los más curiosos. Era su primer viaje a Argentina, y yo pensaba: “¿Cómo es posible que esté aquí, en nuestro país, en nuestro centro? Este es un momento histórico”. La emoción y el orgullo de saber que nuestro espacio sería el primero que visitaba en nuestro país fueron inmensos.
Alejandra Juárez.
Dividimos su visita en dos partes: la primera para periodistas y científicos, y luego un momento más íntimo, en el que fuimos al bosque, acompañados solo por unos pocos. Una de las cosas que nunca olvidaré fue cuando mi R12 se quedó atascado, y Jane, con esa humildad que la caracterizaba, nos ayudó a empujarlo. ¡Qué vergüenza! Pero su actitud tan natural y su simplicidad hacían que no pudiéramos sentirnos mal. Era imposible no admirarla aún más.
Una de las cosas que más me marcó de ella fue algo que me dijo: “Mis años más felices fueron los que pasé en Gombe (Tanzania)”, mientras nos relataba historias sobre los chimpancés que hizo conocidos en todo el mundo. Yo, con la curiosidad de siempre, le preguntaba por los nombres de los chimpancés, por sus personalidades, y ella nos contaba todo con una pasión que trascendía el tiempo.
Algo mágico
Recuerdo también una experiencia que me dejó marcada. Estábamos en el grupo 7 de monos, caminando por el bosque, y no nos dimos cuenta de que Jane no estaba con nosotros. Fue entonces cuando el grupo de monos comenzó a aullar, y vi cómo ella se había detenido junto a un árbol, con los ojos cerrados, escuchando ese sonido. Estaba completamente absorta, sumida en ese momento de conexión profunda con la naturaleza, como solo ella sabía hacerlo. Me quedé esperando, reflexionando sobre lo que podría estar sintiendo. Era un ser que no solo observaba, sino que vivía y respiraba el mundo animal.
Su estadía fue algo mágico. Cuando llegó el momento de despedirnos, ella subió al auto y, antes de partir, nos miramos fijamente durante unos minutos. En ese breve instante, algo en su mirada nos decía todo. Era como si nuestras almas se comunicaran en silencio, como si compartiéramos un entendimiento profundo. Fue en ese momento cuando las lágrimas empezaron a caer, sin poder evitarlo. El impacto de haber estado en su presencia, de haberla conocido, de haber compartido esos momentos, era indescriptible.
Una semana después, recibí una carta de ella, en la que me agradecía por lo que hacía y expresaba admiración por mi trabajo. Esa carta, que conservo como un tesoro, siempre me acompañará. Jane Goodall no solo cambió el curso de la ciencia y de la protección de los animales, sino que tocó el corazón de todos los que tuvimos el privilegio de conocerla. Su legado, su amor por la vida y la naturaleza, seguirá siendo una fuente de inspiración para todos nosotros. Gracias, Jane, por todo lo que nos diste. Tu luz nunca se apagará.
(*) Fundadora y directora del Centro de Rescate y Rehabilitación de Monos Carayá, Tiú Mayú, la Cumbre.







