
Por Héctor Brondo (*)

La breve visita de ayer del presidente Javier Milei y sus principales colaboradores a Estados Unidos dejó claro que la relación entre Argentina y la principal potencia económica y militar del mundo no es tan espléndida como se intenta mostrar en los discursos animados del gobierno y sus predicadores mediáticos. Mientras el ministro de Economía, Luis Caputo, inflaba el pecho para anunciar con entusiasmo impostado el “salvataje histórico” del Tesoro estadounidense, sin exigir nada a cambio, y Milei aseguraba que las inversiones de empresas estadounidenses llegarían muy pronto y de manera aluvional a la Argentina que harían brotar dólares por nuestras orejas, la realidad se manifestó de una manera mucho más cruda.
“Si pierde las elecciones no seremos generosos con la Argentina”
Donald Trump, presidente de EE.UU.
El encuentro entre ambos mandatarios en la puerta principal de la Casa Blanca evidenció la fría recepción que el presidente estadounidense reservó para su homólogo argentino. Más allá de la falta de gestos protocolares y el tono distante, el mensaje final de Donald Trump fue claro y contundente: “Si pierde las elecciones no seremos generosos con la Argentina”. Esta advertencia no es menor, especialmente cuando al mismo tiempo los indicadores económicos de nuestro país se desplomaban como casitas de naipes. La cotización del dólar pegó un salto (en todas sus versiones), los bonos argentinos y los ADRs se hundieron hasta un 8,6%, y el FMI ajustó a la baja sus previsiones de crecimiento económico para nuestro país.
No es por ahí
El gobierno argentino, se sabe, ha construido su relato en torno a la idea de que Estados Unidos es un aliado crucial para su agenda económica. Sin embargo, la realidad parece mucho más compleja. El apoyo de Trump y su administración a la economía gaucha está condicionado a que LLA supere sin obstáculos las elecciones de medio término, se mantenga en el poder con firmeza hasta 2027 y su modelo económico sea ratificado por quien tome la posta en dos años. Esta perspectiva, compleja y tambaleante, debería ser motivo de reflexión para los responsables de la economía local.

En un contexto internacional cada vez más incierto, es evidente que las promesas de grandes inversiones extranjeras pueden ser tan efímeras y cambiantes como el clima político mismo.
Así las cosas, está claro que las relaciones internacionales no se construyen con promesas vacías ni con gestos ampulosos, sino con realidades tangibles que poco tienen que ver con discursos fantásticos, llenos de optimismo.
A buen entendedor, pocas palabras.
(*) Periodista.







